lunes, 30 de mayo de 2011

Una tarde presientes...

Una tarde presientes
que bajo el alero de tus párpados
no quedan golondrinas y te dices
que el invierno resulta inevitable:
colgadas en el cielo se han quedado
miles de madreselvas y la brisa
que sube desde el valle ya no trae
sabores a vainilla de heliotropos.
Escultor de cipreses, el otoño,
de tantas uvas ebrio,
de tantas luces huérfano,
ha firmado,
-poeta-,
su armisticio.
Y obligado, también, es el dolor:
tantos labios sin agua, tantas olas
sin playa en que inmolarse, tanta nube
derramada en las aspas de un molino
que no sabe la voz de los trigales
tenían que traer estos nublados
de puñales templados en aljibes
de ajenjo y agonía
y estas cruces clavadas en el vértice
de un clamor no prescrito ni agotado.

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