lunes, 30 de mayo de 2011

¡Cómo duele, Señor...!

¡Cómo duele, Señor, este vestido
de carne que me has dado,
cómo duelen las sombras del crepúsculo,
las horas de los ángeles furtivos,
cómo escuece
la tibieza del alma cuando arrastro
la piel a ras de calle!
Quiero aprender, Señor, a deshacerme
de estas ropas que huelen tanto a mí,
de estos gestos que saben tanto a mí,
de estas prisas que ponen en mis labios
hipócritas palabras color sepia,
de estas falsas modestias que se abrigan de mí,
de esta oculta arrogancia que se nutre de mí,
de todo cuanto implica circunstancias,
modales o ademanes de mí,
de las horas que tienen hipotecas de mí,
del viento que no lleva claridades de mí.
No quiero soportar el vasallaje
de líquidas rutinas,
de certezas fingidamente exactas,
de promesas prescritas,
de esperanzas untadas de aguamiel
y forzadas sonrisas de guiñol.

¡Cómo duelen, Señor, y cómo pesan
estos trajes tan viejo, estas ropas
pegadas como lapas a la piel!

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