lunes, 30 de mayo de 2011

Desde el fondo sesgado...

Desde el fondo sesgado de una lágrima
alguien, sin nombre, grita:
¡Ha muerto un gorrión,
que se calle la orquesta,
que la música acabe y cese el baile!

Pero el baile no acaba. Los que bailan
saben que ocurren cosas,
que afuera ocurren cosas que no están nada bien
y que cualquier mañana, al levantarse,
Pueden estar las calles salpicadas
de alaridos tan largos
como hiladas de perros colgadas de la noche.
Los que baila se saben exculpados
de que pueda ocurrir un contratiempo,
de que pueda morir un gorrión,
o dos,
o tres millones de gorriones:
no le demos más vueltas, jamás pondrán el dedo
sobre el disparador de una escopeta,
jamás verás sus manos planeando
sobre la sombra abyecta de un patíbulo.
Ellos bailan y bailan y se mueven
al ritmo que les marcan, ellos saben
su oficio, se flexionan
se agachan, se enderezan,
contorsionan sus cuerpos y liberan
de lastre sus conciencias, son personas
completamente serias, tan formales
que no tienen ni pasado ni futuro,
ni siquiera un dolor o una vergüenza
que compartir con nadie. Y se mantienen
de pie sobre sí mismos,
sin mirar a otra parte, aunque les llegue
-como ahora mismo sé que está llegándoles-,
el aliento de un hombre que agoniza
a tan sólo unos metros de distancia.

De verdad
que afuera ocurren cosas como ésta,
que no están nada bien,
incidentes
que de pronto aparecen en escena
mientras suena la música y bailamos,
con los ojos vendados, al compás
que tenemos firmado en el contrato.
Ya habrá alguien,
te dices,
nos decimos,
que limpie a manguerazos las aceras

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